jueves, 17 de marzo de 2011

Grafismos "No" 2da parte

La mano que aprende a escribir (II), por Lic. Daniel CALMELS

La mano de la descarga y el deslizamiento

Hoy contamos nuevamente con el valioso aporte de Daniel CALMELS.
Una particular mirada del encuentro del niño con el trazo.
Gracias Daniel
Aurora

Las primeras líneas que el niño produce, podemos llamarlas líneas de la “descarga”, se originan cuando el cuerpo del niño que intenta graficar, empuja hacia abajo.
La línea de la descarga trabaja más hacia abajo que hacia el costado, descascara el papel, lo penetra. En cambio el “deslizamiento” es propio de la línea aérea, la que establece entre el cuerpo y el papel un espacio para la tinta, la mina, el crayón. La línea es aérea cuando la mano se desliza al suave roce del dedo meñique, pequeño para que no se obture su función de apoyo precario. Su debilidad anatómica es su fortaleza funcional. En el niño, en cambio, sus primeros trazos son con la mano alzada.
La línea de la descarga se ocupa de marcar quitando, la línea del deslizamiento se sobrepone. La descarga agarra y empuja, el deslizamiento acaricia y patina. Cuando la línea incursiona en la escritura de palabras debe estar preparada para demostrar algunos efectos de deslizamiento, si no es así la letra se demora y la línea tuerce su destino.
Deslizándose la línea puede retroceder, enroscarse y girar.
Cuando la línea de la descarga se apoya en la regla, la desvía, la corre; cuando intenta hacer letras agujerea, penetra. La descarga empobrece el tiempo y el ritmo, lo concentra en el quiebre, la abolladura. La línea de descarga es opresión, la del deslizamiento, libertad. La primera es pesadez, la segunda, liviandad. El bucle, el giro, son productos del deslizamiento, donde el retroceso no es descenso sino elevación.
Deslizarse es apoyo precario, caricia, y para que esto se produzca debe haber distinción entre la mano y la hoja. Para que haya apoyo parcial, precario, sobre la hoja, debe haber sostén del cuerpo, postura, actitud de escriba.

Cuando el niño puede incluir entre su mano y el papel la presencia del trazo, como gesto autónomo a los impulsos generales del cuerpo, el deslizamiento cobra vida.
En los comienzos, para tomar y trasladar el lápiz, la mano participan en su totalidad. Primero al lápiz se lo toma en garra, con apoyo palmar, o con múltiples apoyos digitales, como se toma una flauta, cada uno de los dedos pareciera que buscara tapar un agujero invisible.
El niño debe “hacer cuerpo” con el lápiz, o sea, prolongarse en el instrumento, y para que esto ocurra se debe producir un ensamble, el lápiz debe dejar de ser ajeno, extraño a la mano que lo sostiene. Si esto no ocurre, el lápiz “cuelga” de la mano.
El primer lápiz, similar a un estilete, busca profundidad, se maneja de arriba-abajo. El segundo, lateraliza, avanza por las calles del cuaderno, se aleja del pecho del escribiente.

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